A propósito de Lihn (por Luis Kong)
Nunca saldremos de Nada
Cerrado todo acceso gratuito a lo real,
sólo nos queda el Paraíso de la Burla
sagrado desconsuelo de no ser nada,
sino despojos de una fingida felicidad
para otro mundo.
Lo vaticino ahora, de cara al lector:
nunca saldré del horroroso Lihn
Fuente: Antología poética del Norte 1998 - Juvenal Ayala
Luis Kong: Poeta nacido en Taltal en 1959. Claro y alto representante de la literatura nortina enmarcada en la generación de los 80. Actualmente radica en Santiago y asiste al Taller de Raúl Zurita. Los poemas presentados son inéditos y fueron entregados por su autor a la presente antología
Noticias de Pedro Lastra
Por Pedro Pablo Guerrero
Amigo de Roque Dalton y Enrique Lihn, erudito profesor de literatura hispanoamericana y, por estos días, escritor en residencia de la Universidad Católica, Pedro Lastra presenta mañana su volumen "Obras selectas" (Editorial Andrés Bello), en el que reúne una amplia muestra de sus poemas y ensayos.
En 1971, cuando vivía en Saint Louis, Missouri, Pedro Lastra soñó que entraba en la casa de su amigo y vecino el escritor argentino Enrique Espinoza, en Santiago. Allí estaba, como de costumbre, sentado en medio de su imponente biblioteca junto a dos visitantes consuetudinarios: Manuel Rojas y José Santos González Vera, fallecido en 1970. Era una reunión como tantas en las que tomaban té mientras hablaban de literatura. Repentinamente, con la fugacidad de lo onírico, todo desaparecía: amigos y libros. "Me entró una gran desesperación -recuerda Lastra- porque, por esas extrañezas de los sueños, eran mis libros, no de don Enrique. Sentí un vacío enorme. Me dije: ¿qué voy a hacer ahora?, ¿de qué voy a escribir? Y escuché la voz de González Vera que me decía: escribirás de los lugares".
Es lo que ha hecho Pedro Lastra toda su vida. Escribir de los lugares, reales e imaginarios. "Interiorizados", como él los llama. Irreversiblemente unidos a la presencia de otros escritores, muchos de ellos ya muertos. Como su visita al cementerio de Praga junto a Roque Dalton en 1966, con el poeta salvadoreño descifrando chapurreadamente las inscripciones de las tumbas y contándole de sus cortejos mímicos -no sabía una palabra del idioma- a las checas de las que se enamoraba.
O la sorpresa que sintió Lastra al descubrir en un pasaje de la Historia de la invención de las Indias una referencia del cronista Hernán Pérez de Oliva a la piedra imán, objeto sobre el que escribió un tratado, De Magnete, en el que vislumbró otra invención: la del teléfono, pues a través de ella "halló cómo se pudiesen hablar dos ausentes".
Lecturas, encuentros, sueños, todo lo ha convertido Pedro Lastra en poemas. "Sutiles y evanescentes", como los caracteriza Óscar Hahn en el prólogo de Obras selectas. Escritos con la materia de la que están hechos los sueños, diría Bogart.
Tan breves como el verso único de su Contracopla: "Regreso envejecido de los sueños".
-¿Por qué hay tantos de ellos en sus textos?
-Enrique Lihn hablaba del "sueño que restablece en todo el perfecto desorden". Y está la idea bretoniana: la maravilla del sueño es esa posibilidad única de vivir varias existencias simultáneas. Por lo mismo también me ha atraído siempre la pintura surrealista. Hay ciertos cuadros que me fascinan, a los que vuelvo constantemente porque los tengo más o menos cerca. En Nueva York, por ejemplo, El durmiente temerario, de Magritte. Y otro que vi hace años en una retrospectiva de Tanguy en el Guggenheim: La velocidad del sueño.
-En su poema "Arte poética" dice que usted pinta ángeles que lo llaman en la noche, porque en el día la luz les quita la palabra. ¿Se considera un romántico?
-Yo reivindico un decir de Darío: "¿Quién que es no es romántico?". Me parece que esa moción del ánimo en mi caso tiene esa raíz y me parece bien. Esa raíz está viva hasta hoy. Así como me parecen vivas ciertas ideas de Breton y por eso me interesa mucho el manifiesto del año 24, no porque sea central para mí la escritura automática, sino porque lo veo como una reivindicación de la libertad.
-Usted ha sido un gran revalorizador de textos canónicos de la tradición romántica, como la novela "María", de Jorge Isaacs.
-Eso tiene un estímulo en ciertas figuras que la han reivindicado, como Borges, que escribió "Vindicación de la María...". Isaacs no le parece más romántico que cualquiera de nosotros. Y el afecto que siente por ese libro Neruda tampoco es sorprendente, porque él era un poeta del amor. Amado Alonso decía que su poesía era romántica. Yo mismo lo comprobé en una conversación con Neruda que tuvimos en 1972, y de la que fue testigo el hispanoamericanista estadounidense Ivan Schulman. No me gusta invocar solamente el testimonio de los muertos porque eso se presta para muchas invenciones, trato de fundar esas situaciones en relación a alguien que las ha compartido.
-Hahn distingue el tema del amor como una línea dominante de su poesía. ¿Lo ha ayudado a enfrentar la distancia y el exilio?
-Sin duda es una fuerza salvadora. El amor por una parte, la amistad por otra. Porque yo he tenido muy buenos amigos: Enrique Lihn, Óscar Hahn, la misma relación con Ricardo Latcham, a quien considero mi maestro, una relación en parte filial, pero amistosa a pesar de la diferencia de edad: casi 30 años. O el propio José María Arguedas.
-¿Por qué en este libro no está el ensayo que escribió sobre él?
-Lo quería incluir, pero no cabía; es un texto muy largo. Tanto como el primer ensayo y el último, "El encuentro con el Nuevo Mundo y las incitaciones poéticas de la extrañeza" y "Poesía y exilio", que refuerzan la noción de itinerario en la literatura hispanoamericana. El primero ya tiene una extensión considerable: veinte páginas. Un exceso.
-Claro, su nuevo libro, de 260 páginas, es una enciclopedia, comparada con sus libros de poesía tan delgados.
-Siempre hago eso con ellos: voy sacando poemas, poniendo otros, reduciendo algunos. González Vera, una persona muy importante en ese ejercicio del rigor, cada vez que reeditaba un libro escribía: "Edición corregida y nuevamente disminuida". Me parece una lección importante. Y, claro, yo tal vez la he llevado un poco lejos, a un extremo próximo al silencio.
-Sus ensayos se detienen en aspectos que para otros suelen pasar inadvertidos.
-Me interesa eso: llamar la atención sobre algún detalle. Por eso el epígrafe de Pedro Mexía que introduje a última hora en el libro, tomado del "Prohemio" a su Silva de varia lección. Resume bien mi propósito: Mexía hizo una selva de notas, discursos y capítulos "sin perseverar ni guardar orden en ellos". Tiene que ver además con la admiración por Borges, salvando las distancias infinitas. Me parece impresionante cómo el detalle significativo puede dar lugar a una reflexión, que en una página o dos abre un campo de significación con muchas resonancias. Uno es un imitador de Borges, como de Arreola.
-Que tampoco hizo novelas.
-No las hizo, a pesar de que yo soy lector de novelas. Pero me interesa el caso de Arreola por su actitud. Federico Campbell le preguntó en una entrevista si creía que el balance final de su obra sería favorable. Arreola le contestó que sí. "Porque me metí con los mejores", le dijo. En esa idea hay una lección sobre la conducta de un escritor que yo también encuentro en ciertas observaciones de Conrad: no esperar recompensa, hacer su trabajo como un marinero lava su puente, no aguardar sino el silencioso respeto de sus iguales. Esas cosas se convierten para mí en lecciones de vida, de conducta literaria.
-En su libro "Noticias del extranjero", pienso que la palabra "extranjero" alude no solamente a una cuestión de nacionalidad, sino también a sus lecturas: autores extraños, en algunos casos outsiders, raros, marginales ?
-Claro. Me interesa mucho la marginalidad. Es una de las cosas que más me acercan a Carlos Germán Belli. La marginalidad como una noción de lo poético. Hay un poema suyo, "Al pintor Giovanni Donato da Montorfano", sobre su fresco La Crucifixión, pintado en la pared opuesta a la de La última cena, de Leonardo da Vinci, en la iglesia de Santa Maria delle Grazie, de Milán. Yo fui a verla con Belli hace unos años. Ocurrió lo que decía en el poema: todos le dan la espalda a pesar de que es un cuadro muy atractivo. Tenía que ser un poeta como Belli el que advirtiera lo desolador que resultaba esto. La obra principal de un artista, a la que dedicó más tiempo, pasa inadvertida al lado de otra universalmente famosa. El poema de Belli puede llevarse al total de su obra: él se ve como un amanuense, un marginal. Es una vivencia que uno ha tenido de muchas maneras. Mis amigos me dicen que soy un poeta marginal en la literatura chilena. Y yo lo reconozco así, me suena muy bien, porque no me interesan las modas, que son siempre ruidosas y efímeras. Los marginales pueden ser descubiertos más tarde. Fue lo que pasó con Juan Emar, víctima de un aislamiento al que se condenó por sus propios decretos, como dijo Neruda. Mucha de esa gente me interesa. Omar Cáceres, por ejemplo.
-Se podría decir que usted conserva la memoria de los muertos.
-Eso es bueno. La noción de rescate, la anticipación, es un diálogo con los muertos. Yo rescato lo que queda vivo por debajo de la muerte. En un pasaje de Umbral, Emar previó que otros, desconocidos para él, lo publicarían sentados en las gradas de su sepultura. Y cuando a Gelman le preguntaron cómo le gustaría ser leído dentro de sesenta años, respondió: "Si eso ocurriera, me gustaría que ese lector se sintiera acompañado".
-En su artículo dedicado a "La ciudad y los perros" indaga en la elaboración de la experiencia y lo testimonial en la novela hispanoamericana.
-Me sigue interesando. Por eso me provoca mucho interés el trabajo de novelas como El inútil de la familia, de Jorge Edwards: cómo se dio esa relación con un personaje que prácticamente no trató y cómo la imaginación puede llenar ese vacío de lo real. Ahora tengo gran curiosidad por su próxima novela, en la que aparece Enrique Lihn. Invité a Jorge a un seminario en la universidad para contarles a los alumnos su taller con El sueño de la historia, El inútil de la familia y el libro que viene sobre Lihn y la generación del 50.
-Sería interesante contrastarlo con "Fantasmas literarios", de Hernán Valdés, ¿no cree?
-Ah, claro, leí ese libro con gran interés aun cuando hay una mirada muy ácida, un énfasis en ciertas negatividades que no comparto. No porque uno quiera disimularlas, sino porque circunstancias semejantes, de las que puedo dar cuenta porque las conocí, están vistas sólo desde el lado de las sombras: situaciones que han afectado al personaje que las narra. Y las cosas tienen también otra cara. Eso me produjo cierta desazón, siendo un libro extraordinariamente bien escrito, porque Valdés es un escritor muy agudo y un hombre con una facultad verbal considerable, algo que se echa de menos en la prosa chilena.
-¿Todavía?
-Por supuesto. Gabriela Mistral tenía razón en los años veinte cuando hablaba de nuestra prosa descuidadísima. Ha sido una marca hasta hoy. Por eso también creo que está haciendo mucha falta un estudio de la poética de la Mistral, que ella misma fue diseminando en sus textos. A lo mejor la Mistral no necesita tantos exegetas, necesita más lectores. Es penoso ver que no la leen.
-Aun teniendo una prosa clara, alejada de toda la jerga académica de hoy.
-Ah, no, eso me produce horror. Fue una de las cosas que me animaron a jubilar, porque me empecé a sentir al margen. El mundo universitario lamentablemente ha sido invadido por ese lenguaje.
-"Mi patria es un país extranjero, en el Sur", escribió en un poema. Más allá del oxímoron, ¿cuál es su patria?
-En realidad uno es de su lugar de origen. Mis amigos dicen que yo vivo en el espacio literario, pero en realidad vivo en el espacio de la infancia.
Obras selectas - Pedro Lastra -Editorial Andrés Bello, Santiago, 2008, 266 páginas, $8.800.
Escritor en residencia
Durante años, Pedro Lastra ha vivido con un pie en Chile y otro en Estados Unidos. Desde que dejó de hacer clases de literatura hispanoamericana en la State University of New York, en Stony Brook, hace más de una década, pasa cada vez más tiempo en su país natal. Este año prácticamente no se moverá de él, pues fue invitado como escritor en residencia por el Instituto de Letras de la Universidad Católica. Un retorno a las aulas que trae aparejada una situación inédita en su carrera: dirigir, a los 76 años, un taller de poesía para estudiantes.
La publicación de sus Obras selectas -que serán presentadas mañana, a las 19.30 horas, en la Corporación Cultural de Las Condes (Av. Apoquindo 6570) con la presencia de Alfonso Calderón- implica, al mismo tiempo, un reencuentro con sus lectores, que hallarán en un solo volumen algunos de sus más representativos ensayos y poemas, hasta ahora dispersos en revistas y libros, muchos inencontrables, que traían a Chile sus esperadas "Noticias del extranjero", como tituló el poemario que editó por primera vez en 1979.
Testimonio de un creciente reconocimiento a su obra es el libro coeditado por la Dibam y RIL editores: Arte de vivir. Acercamientos críticos a la poesía de Pedro Lastra, de Silvia Nagy-Zekmi y Luis Correa-Díaz (editores). El volumen reúne trabajos de Miguel Gomes, Martha L. Canfield y William Thomas Little, entre otros especialistas, además de un apartado de prólogos, discursos y documentos de Óscar Hahn, Rigas Kappatos, Gonzalo Rojas, Carlos Germán Belli y Guillermo Mariacca. Se incluye un anexo de entrevistas realizadas por Marcelo Pellegrini, Francisco José Cruz, Sergio Rodríguez y Francisco Véjar, y un epílogo con el valioso ensayo "Poesía y exilio", del propio Lastra.
Articulo: http://diario.elmercurio.com 27/04/2008
Biografía de la turbulenciaEnrique Lihn, el compromiso y la revolución
- Autores: Diego Alfaro
- Localización: Analecta: revista de humanidades, ISSN 0718-414X, Nº. 5, 2011 , págs. 1-16
- Resumen
- Este artículo propone una breve biografía del poeta chileno Enrique Lihn (1929-1988) mostrando su encanto y desencanto político e ideológico y sus cercanías teóricas con la tradición del marxismo occidental. Asimismo remarca sus nociones de compromiso humano y social a través de la cita a ensayos, poemas, entrevistas y crónicas de y sobre el autor.
Fuente de la foto: http://www.andrealihn.cl/
Carta de amor de Enrique Lihn a Gabriela Mistral
Se titula así un texto inédito de Lihn que publicó
la editorial Canimagen.
"Gabriela :
como escribo cartas imaginarias a mujeres que , en un cierto sentido , no existen, no veo ninguna razón para que tú no seas una de mis destinatarias . Estás muerta –no hay inconveniente-
y nunca habrías recibido una cosa como ésta , al menos en la época que te conocí de vista,
ya diré cómo ; pero la primera de las tres granjerías hace posible las otras dos :
admito todas las facilidades ahora que ya no sabes nada de nada ,
no hace falta que ignores , señora mía , mi admiración por ti,
literaria pero tan intensa como para confundirse con un arrebato del corazón
y alboroto hormonal, ¿por qué no?.
He seguido hablando de ti como lo hacía por los años cincuenta en el carro de un tren de tercera , en la calle Puente , cerca de la Estación Mapocho, en estado de ebriedad
en un hotel de Cartagena, ahora aquí y en lo Estados Unidos, en tu propio Barnard College ,
en invierno del ochenta y uno y también en la calle, en los trenes y en los aviones.
Lo he seguido haciendo con el mismo entusiasmo. Llego a creer o me gusta pensar que se trata no sólo de una adhesión –siempre crítica- a la poeta, sino, repito,
de una relación erótica entre mi cuerpo y el tuyo, ambos verbales,
porque estamos hechos de palabras(...)"
Desde el solar del extranjero
(Texto publicado en Querido Pedro: Cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra (1967-1988) Das Kapital Ediciones. 2012)
Por Jaime Pinos
Nunca salí del horroroso Chile/ mis viajes que no son imaginarios/ tardíos sí –momentos de un momento-/ no me desarraigaron del eriazo/ remoto y presuntuoso. De alguna forma, estas cartas pueden leerse como el relato, real por vivido, que subyace a estos versos memorables de Enrique Lihn. El relato de un exilio al revés. No poder salir, en vez de no poder entrar. El exilio de quien vive atrapado en un país cuyas puertas se han cerrado sobre él como una trampa. Donde los días transcurren con el desasosiego de quien cumple una especie de condena. Escritas desde el solar del extranjero, estas cartas a Pedro Lastra pueden ser leídas como la crónica personal de ese exilio interior.
Es significativo que la primera carta de la serie esté fechada en La Habana, en 1967. Como se sabe, el auspicioso arribo de Lihn a tierras cubanas como ganador del premio Casa de las Américas, terminará bastante mal. Su cercanía con escritores e intelectuales críticos al giro autoritario que empieza a tomar la revolución, le granjean a Lihn la calidad de sospechoso. Su intervención pública a favor de Heberto Padilla cierra su residencia cubana (no en malos términos, pero respirando una atmósfera enrarecida, dirá) y tendrá consecuencias hasta muchos años después. Como escribe en una carta de 1975:Siglo XXI rechazó por su parte la publicación de la Orquesta a consecuencia —cabe conjeturarlas— del roñoso caso Heberto y de la no menos roñosa actitud de los cubanos que me borraron del mundo de las Letras y las Artes.
Un largo intervalo de siete años transcurre entre esta primera carta del 67 y la siguiente de la serie, fechada en 1975. En entrevista con Oscar Sarmiento, Lastra cuenta sobre sus frecuentes encuentros durante la primera parte de ese periodo (lo que explica la interrupción de la correspondencia) así como la incomodidad y la frustración que significaron para Lihn los años de la Unidad Popular: Yo estaba ya en Estados Unidos. Me vine a Washington University, en Saint Louis, Missouri, en junio de 1970 y sólo regresé por unos meses a Chile, a mediados de 1971, antes de empezar a dar clases en la Universidad del Estado de Nueva York en StonyBrook, en los primeros días de 1972. Volví ese año y el 73 por algunos meses, y entonces nos veíamos con frecuencia, porque yo asumía mi papel de asesor literario de la Editorial Universitaria, y Enrique solía ir por allí. Pero 1971 y 1972 fueron años difíciles para él. Con excepción del taller de la Universidad Católica no tenía ningún trabajo seguro. Sus experiencias como director de las revistas Atenea, de la Universidad de Concepción, y de Cormorán, de la Editorial Universitaria, habían resultado más bien frustrantes y ahora estaba no sólo desanimado sino comprensiblemente irritado. Es claro que sus relaciones con la Unidad Popular no fueron buenas: una personalidad como la suya (la del sujeto de quien dijo con expresión certera Cristián Huneus: “No da puntada con hilo”) no podía entenderse bien con los poderes de esos ni de otros días.
Una personalidad que no puede entenderse bien con ningún poder. Este rasgo de autonomía crítica, que define la ética y la poética de Enrique Lihn durante toda su trayectoria, tendrá como consecuencia el relativo aislamiento, tanto político como cultural, y la precariedad económica que habrá de perseguirlo hasta el final de su vida. Tengo una angustia creciente al dinero. Ni una gota de ahorro, ningún bien hipotecable, la miseria adolescentaria a los 58 años de mi edad, qué deprimente, escribe el año de su muerte.
Dar clases, estudiar semiología, leer, con la sensación de que no se podía hacer otra cosa: el periodo de las catacumbas. Así describe Lihn, en entrevista con Juan Andrés Piña, los años que van desde el golpe de estado hasta la publicación, en 1977, de París, situación irregular. Refugiado en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, las cartas fechadas en los años 70 describen la atmósfera de pánico y clausura del país ocupado: Al miserabilismo se suma, ya desde hace años, la represión moral e intelectual más abrumadora (1976) El campo cultural y literario, si es posible hablar de alguno en el contexto de un país bajo estado de sitio, participa de la misma situación: Ni El Mercurio ni los libreros meten los dedos en ningún ventilador por mínimo que sea; el campo cultural oficial esta perfectamente acotado y congelado por [Enrique] Campos Menéndez, Alone y otros aparceros. La realidad de los “realistas”, la colonia. (1977). Las tentativas por reactivar una mínima vitalidad cultural caen en el vacío más absoluto:Terminaron con pena y sin gloria las festividades del Cincuentenario. La cosa resultó, pero no se puede contar aquí con la prensa, a menos que uno pierda un encuentro de box o asalte en supermercado (1979)
Frente a ese panorama, salir del país se convierte para Lihn en una necesidad y una obsesión. Escribe en 1976: Anoche tuve, en este sentido, una pesadilla fulminante, desgarradora e hiperrealista: la alternativa de quedar apresado en la cloaca de Chile es demasiado negra. Los años pasan y la cloaca en que se ha convertido el país lejos de aclararse parece volverse cada vez más densa: Los duros hechos nos recuerdan que somos congrios de un cuartel ultra, gente condenada a la “disciplina” impuesta por los tiburones mayores (1980).
En este ambiente, Lihn quiere, necesita salir. Tantea posibilidades, formula proyectos. Gestiones editoriales, solicitudes de becas, envío de ejemplares de sus libros a lectores clave, publicación en revistas extranjeras. Se autopromociona: Yo ya sé cuáles son o cuál es el único secreto de un posible éxito: ¡Autopromoción! Y estoy dispuesto a divertirme a expensas de la literatura, le escribe a su amigo Lastra con cuya complicidad cuenta para mover los hilos y encontrar una salida al callejón sin una en que se ha convertido el país.
Su situación como profesor universitario, su único trabajo estable, es una permanente incertidumbre: se trata de volver a rastrillar la Universidad y convertirla en un cuartel —fabrica de tecnócratas— y no más que eso, y es lógico que despidan a gente como yo. (1981) Sin embargo, la universidad intervenida por la dictadura no es sólo una fuente laboral incierta. También es un lugar peligroso para gente como Lihn, tal como cuenta a Lastra en una carta del mismo año: el CNI visitó al decano para decirle que se me seguía un proceso por escribir un poema insultante contra “El Ejército”. Esto mientras el Centro de Estudios [Humanísticos] era reducido a un cursillo de la Escuela de Ingeniería, en lugar de una ramal de la Facultad de Física y Matemática, y mientras se dice que el propósito es degradar esa Facultad a la condición de Escuela de Ingeniería. Hablé (por teléfono con el decano) y supe, a través de una conversación tensa y antipática, que mis bonos estaban por los suelos: no reconoció haber hablado con el CNI —su teléfono parece estar interferido— pero me dijo que mi “proceso” se substanciaba en la Casa Central [de la Universidad de Chile]. Total, estoy prácticamente suspendido y virtualmente detenido, probabilidad que no parece plausible pues hay ya decenas de profesores exonerados o suspendidos, una sesión de tortura —con perdón por la frivolidad— me vendría muy mal para el sistema cardíaco.
Desde luego, las circunstancias políticas y laborales, sumadas a las vicisitudes de una vida personal siempre agitada y compleja, refuerzan en Lihn su urgencia por salir de Chile: En cualquier caso no quiero seguir en Chile, dando la hora, lejos de todo lo que me gusta: museos, cine, etc. Y de las oportunidades literarias que uno se pierde en gran medida aquí sino del todo. Aquí no me pasa nada en esos aspectos. Ningún proyecto ha prosperado en los últimos años ni nunca: la revista, los fascículos, el libro (mirómetro) con Cacho [Gacitúa], mis colaboraciones para revistas, nada. Sólo tengo la Universidad con un sueldo devaluado hasta la pobreza, en el país de la cesantía y la miseria, que se perpetuarán por decenas de años (1983) Lihn especula con las posibilidades de conseguir una plaza en las universidades norteamericanas. El Chile de inicios de los 80 no es un buen lugar para vivir. Es una jaula de la que quiere salir. Un eriazo. Un futuro negro. Si acaso, un lugar que sólo vale la pena visitar de vez en cuando: Lo que tiene de bueno Chile se debe percibir mejor por temporadas que con jornada completa (1983).
Sin embargo, con la irrupción y la persistencia de las protestas contra la dictadura, el panorama empieza a cambiar. Lenta y dificultosamente, se inicia la rearticulación de algunos circuitos culturales. El mismo 83, Lihn le escribe a Lastra: por fin unas decenas de proyectos prosperan, pero se ha trabajado aquí no sólo en la oscuridad si no para ella. A pesar de esa oscuridad, Lihn le anuncia en la misma carta la pronta publicación de El Paseo Ahumada: he escrito otra cosa para editarla en papel de diario; un grotesco en verso sobre la irrealidad nacional, más dura que la realidad misma.
A pesar de la oscuridad, contra ella, Lihn se convertirá en un animador del movimiento cultural contra la dictadura. Tomará el lugar de un estratega cultural, quizás plenamente equivocado, como le escribe a Pedro Lastra, que interviene en el espacio abierto a la disidencia por el movimiento social. Su quehacer es intenso y versátil: Este verano he hecho muchas cosas aquí: un video, artículos para las revistas, un borrador de teatro, otros poemas, participaciones en protestas y actos públicos (mañana estamos citados al juzgado), organicé una exposición, etc. He dado, en suma, pasos que pueden costarme la expulsión de la Universidad, pero trabajo ya virtualmente en un instituto, el Centro Cultural Mapocho y otros sitios. Algo bastante vertiginoso. Las protestas han cambiado este país, quién sabe hasta qué punto. (1984) Este quehacer, los proyectos en que Lihn se va involucrando, crean nuevos anclajes con el país. Su incursión en el teatro, por ejemplo: A mí me vuelven a ocurrir cosas —la Meka es una de ellas— que me religan al horroroso, escribe el año 84.
Este compromiso con la realidad política del país, expresado a través de esta actividad vertiginosa, no careció del filo crítico que caracterizó siempre la mirada de Enrique Lihn. Invertido en la tentativa de abrir nuevos derroteros, parte importante de su quehacer estuvo enfocado en superar el lenguaje y las formas desgastadas o meramente rituales de cierta disidencia: No hay nada que me reviente tanto como el discurso político, esas fatuidades verbales, vengan de quien vinieren. Anoche inició latamente la sesión Ricardo Lagos, es inteligente, pero académico de la Polis. Estaban Antúnez, la Roser, Gonzalo Díaz, Melladoy otros muchos que conocerás. Es decir todos. Supongo que hay que tirar de ese carro, con un dedo; es imposible salirse de la tradición de los carreros. Pero, en fin, vaya.
Un año antes de morir, Lihn viaja a España. Desde Madrid, le escribe a Lastra estas palabras: ¿Creerás que echo de menos Chile o algo que me pasa allí? O la decisión de volver crece ese espejismo. ¿Y esa decisión de dónde sale? ¡Nunca salí del horroroso etc.! Ni ese ni sus viajes anteriores, momentos de un momento, pudieron desarraigar a Enrique Lihn del remoto y presuntuoso. Su relación con este país fue una relación doble, como la de todo exiliado: compromiso y distanciamiento.
Traté de instalarme afuera, pero nunca pude. Siempre me he quedado con la incertidumbre de qué hubiera pasado si me hubiera ido, porque muchos escritores de mi generación lo hicieron. Yo he viajado, pero nunca me quedé. A pesar de que no existió ese exilio formal, pienso que los escritores hispanoamericanos vivimos en un exilio interior, dice Lihn en la entrevista con Piña.
Nos quedaremos todos con la incertidumbre de qué hubiera pasado si Enrique Lihn se hubiera ido. Pero Lihn se quedó. De eso hablan estas cartas enviadas a su amigo Pedro Lastra, desde el solar del extranjero.
Valparaíso. Noviembre de 2012.
Enrique Lihn
Enrique Lihn Carrasco (3 de septiembre de 1929 - 10 de julio de 1988) escritor, crítico literario y dibujante chileno. Autor de libros como: La orquesta de cristal, La pieza oscura, El arte de la palabra y La musiquilla de las pobres esferas. www.poetaenriquelihn.com
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